OTOÑO.
Siempre me ha parecido espectacular la caída de una hoja. Ahora, sin embargo, me doy cuenta que ninguna hoja “se cae” sino que llegado el escenario del otoño inicia la danza maravillosa del soltarse. Cada hoja que se suelta es una invitación a nuestra predisposición al desprendimiento. Las hojas no caen, se desprenden en un gesto supremo de generosidad y profundo de sabiduría: la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento y en actitud de renovación.
INVIERNO.
En la estación del invierno todo se ralentiza hasta llegar incluso a aquietarse, detenerse y pararse…Se nos anima, a armonizar nuestros ritmos con las cadencias invernales de calma, lentitud, sosiego y quietud. El Silencio (si-lentium), es siempre una afirmación de la lentitud. Liberarnos de la necesidad compulsiva de decir algo. Ceder la palabra a nuestro rostro, mirada, postura, movimiento, sobretodo cuando este acaba conformando el gesto de la quietud.
Durante la Primavera todo nace de nuevo. Cada Primavera es una invitación a no esperar “novedades”, a no dar nada por sabido, a entregarse, como si fuese la primera vez, a cada suceso, y a cada acontecimiento, a cada acción, a cada reposo, a cada silencio. Dejarse sorprender por una mirada renovada y una escucha inédita de los paisajes y de los sonidos que habitualmente nos envuelven.
VERANO
El verano nos anima a pasar del despertar y florecer individual de la primavera, a la celebración gozosa en grupo de la cosecha. Salir a la calle para el encuentro gozoso y festivo con las otras personas. Es la exaltación de la abundancia, reflejada en la exuberancia que muestran los árboles repletos de frutos. Es la energía que nos reta a salir fuera sin salirnos de dentro.
“La sabiduría de vivir”. José María Toro. Desclée de Brouwer 2016.
Qué día más bonito echamos. Gracias a todos por las actividades, la compañía, las risas,...
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